Mir Rodriguez Lombardo

El arca negra del espacio digital


La primera vez que me tocó enfrentar a un troll en la red fue en diciembre de 1989. Las cosas estaban difíciles, todavía se escuchaban aviones sobrevolando la ciudad, ráfagas de balas y las ocasionales bombas en la distancia. El ejército de Estados Unidos había invadido mi país unos días antes. Yo estaba en shock: es difícil entender qué está pasando y adónde van las cosas cuando estás justo en medio de un momento histórico.

Éramos un grupo pequeño de entusiastas de las computadoras que nos conectábamos llamando a una base militar a orillas del Canal de Panamá. En alguna casa dentro de esa base militar, un gringo al que nunca conocí tenía una Atari ST conectada a la línea telefónica, y por unos minutos (sólo se podía conectar una persona a la vez) podíamos acceder a un BBS (Bulletin Board System), una especie de red social primitiva, de puro texto, donde podías participar en foros abiertos y dejar mensajes privados a los usuarios, que los podían leer cuando se conectaban. Esa noche la línea del BBS sonaba ocupada, pero después de muchos intentos logré conectarme. Estaba en busca de algún tipo de discusión inteligente sobre lo que nos ocurría entre mis invisibles colegas aficionados a las computadoras. Al entrar al foro público descubrí, en inglés, el mensaje que todavía recuerdo: “deberían agradecer que vinimos a meternos a este hoyo a salvarlos”.

Años después, en casa de una amiga cuyo padre trabajaba con computadoras, vi por primera vez la web. Ahora lo que aparecía era una “página”, con texto y gráficos, y las cosas se hacían con un puntero y dando clics. Entré a un directorio de enlaces, azules y subrayados, llegué a una página al azar y mi corazón latió con fuerza cuando en pocos segundos vi en la pantalla una página de recetas de cocina y una manera nueva de preparar el brócoli. Me costó mucho despegarme del Mosaic, pero estaban esperando una llamada y hacía falta desocupar el teléfono.

Revolución, de nuevo

El sentimiento de que la web lo cambiaría todo resultaba abrumador. El “ciberespacio” era un lugar nuevo, revolucionario, el mundo iba a dejar de ser el que nosotros conocíamos. La creencia popular sigue siendo que las tecnologías de la información han transformado todo para mejor, que los paradigmas del internet, descentralizado y horizontal, donde la información se mueve libremente, no sólo han redefinido la manera en que nos comunicamos, sino que conducirán a la emancipación del ser humano, al amanecer de una nueva era para el conocimiento, la educación, la cooperación y la democracia.

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