Mir Rodriguez Lombardo

Hacia una ciencia del buen vivir


Fue una tarde lluviosa en el laboratorio del Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales, en la Isla Barro Colorado, cuando entendí la naturaleza de la ciencia occidental moderna. Me encontraba ante el microscopio, observando esporas de _Pestalotiopsis_, un hongo que infecta las hojas de varias plantas en aquel bosque tropical. Mi campo de visión era una cuadrícula que me ayudaba a contar las esporas. “Tienes que ser sistemático”, recordó mi asesor. En ese momento tuve una revelación sobre la manera en que mi disciplina abordaba la realidad: estábamos estudiando el mecanismo con el que un tipo de hongo, en esa época del año, infectaba una especie particular de planta en parcelas definidas de este bosque específico. Habíamos dividido el universo en partes, como los cuadritos del ocular de ese microscopio, luego las habíamos seguido subdividiendo hasta quedarnos con un pequeño fragmento que analizamos sistemáticamente con la intención de, algún día, reunirlo con otros fragmentos y quizá llegar a entender las cosas un poco más.

Aquel laboratorio de fitopatología en medio del bosque tropical era un producto de esta manera de ver el mundo y proponer explicaciones, un sistema que vino de la mano del éxito del colonialismo, del capitalismo y las teorías liberales. Una perspectiva en la que subyace una carga ideológica que tiende a ser invisible, especialmente para sus afiliados, los científicos. En los últimos tiempos, se ha vuelto cada vez más importante la crítica que proviene de los movimientos indígenas, feministas y anticoloniales, y se pregunta qué otras maneras existen de hacer ciencia, capaces de encontrar soluciones a las múltiples crisis que ha producido el colonialismo y sus siervas predilectas: la ciencia y la tecnología.

Tras la Segunda Guerra Mundial, el fin de los colonialismos requirió nuevas acrobacias intelectuales para mantener la dicotomía civilizado/primitivo de los viejos tiempos. La “teoría de la modernización“ promovida por las agencias internacionales de la posguerra recetaba las epistemologías, modos de organización y métodos de producción euroestadounidenses a nuestros países, cuyas élites políticas facilitaron una era de oro de la ciencia tercermundista.Adriana Minor, Instrumentos científicos en movimiento. Historia del acelerador Van de Graaff del Instituto de Física de la UNAM (1950-1983), Tesis de maestría, UNAM, 2011 y Eden Medina, Cybernetic revolutionaries: technology and politics in Allende’s Chile, MIT Press, Massachusetts, 2011. México tuvo su acelerador de partículas, la India sus reactores nucleares. La revolución verde colonizó las tierras arables o agrícolas del sur. Pero no basta con imitar la ciencia colonial en el contexto nacional.

Es un punto de vista

Cuando decimos “ciencia”, usualmente nos referimos a la ciencia moderna europea, un sistema que se originó en un momento histórico particular. Como dice Vandana ShivaEntrevista con Vandana Shiva disponible aquí, se trata de una disciplina patriarcal, surgida del colonialismo y que ha jugado un papel fundamental en su desarrollo. Constituye una serie de suposiciones, conductas, normas e instituciones; en otras palabras, es una subcultura de la cultura occidental. Sus ejes ideológicos3 son, por un lado, el punto de vista antropocéntrico (con una clara distinción entre “naturaleza” y seres humanos); el principio de cuantificación y desmitificación del mundo; la fe positivista en el progreso, y el avance imparable del conocimiento y, por otro, el ideal analítico de que el todo se puede entender estudiando las partes. Estos elementos contienen un sistema de valores implícito para sus practicantes, que es clave en la creación del mito de la ciencia y del científico en nuestra sociedad.

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